En las ruinas de Baalbeck la semana pasada, cuando aún no
había indicios de guerra.
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Veo las imágenes en televisión. Todos los medios hablan del
éxodo de El Líbano. Las embajadas deciden evacuar a sus
compatriotas por temor a los bombardeos israelíes en Beirut. Y
me echo las manos a la cabeza y al corazón. No puede ser otra
vez. Se habla de los barcos que empezarán a hacer la ruta entre
el puerto de Jounieh y el de Larnaca, en Chipre. Yo ya conozco
esa ruta y he probado ese barco; lo probé en el año 1975, en el
76, en el 77 y en el 89. Salí de mi país muchas veces por la
guerra, a través de Chipre o de Siria. En barco y también en
coche. En autobús y en avión. Vuelvo a mirar una vez más la
fotografía en blanco y negro y recuerdo todo. Era la primera vez
que mi madre, mi hermana y yo salíamos de un Beirut en guerra,
una guerra civil que había comenzado el 13 de abril de 1975 y
que enfrentaba a los palestinos con los cristianos antes de
extenderse a todas las milicias presentes en El Líbano. Lo que
siempre recuerdo es la cara de dolor de la gente y los niños
llorando en las colas, sobre todo las interminables colas para
todo, como para conseguir un visado y entrar en Siria. Pero tú
eres un niño y no entiendes, y te aburres porque estás sentado
esperando. También recuerdo el calor y mucha gente vestida de
negro. Una vez, en una frontera, alguien perdió los nervios y
empezó a gritar: «Es mejor morir como personas en nuestro país
que hacer colas para pedir visados y salir como refugiados». Hoy
es un poco el sentimiento que tengo cuando veo desde mi casa de
Madrid las imágenes de esos niños salir en camiones como
animales, unos encima de otros. Simplemente, por un par de
horas, lo estoy viendo por la televisión desde Madrid y no desde
una terraza en Beirut.
En la madrugada del 13 de julio, sólo dos horas antes de que
Israel bombardeara el aeropuerto internacional de Beirut, había
salido de mi país en un avión con destino Madrid. Fue el último
vuelo regular que salió de Beirut antes de que empezaran de
nuevo unos bombardeos que no se oían en mi país desde hacía casi
15 años. ¿Por qué ahora de nuevo?
Había ido a Beirut a pasar 10 días y grabar las canciones de
mi primer disco. Todo había ido perfecto, conseguí todas las
entrevistas, estuve con mis amigos, con mi familia, disfruté de
un país nuevo. Paseé por el barrio de las Letras, en el centro
de un Beirut reconstruido.
Todo estaba precioso, las luces del casino a lo lejos, la
gente en las calles a todas horas, los preparativos para el
festival de música de Baalbeck en el que iba a cantar ese día
Fairouz, la mejor cantante libanesa Nada me hacía sentir que
hubo una guerra hace unos años, excepto algún agujero de bala en
los edificios.Y nada hacía pensar que pudiera estallar otro
conflicto. Pero cuando llegué a Praga, en mi móvil sólo había
voces preocupadas: «¿Nayla, dónde estás? ¿Has salido de Beirut?
Llámanos, por favor».
El primer mensaje era de una amiga de Benavente: «Nayla, te
he llamado, no contestas, El Líbano está en llamas». Otra vez no
entendía nada. Como cuando tenía nueve años y tuvimos que pasar
seis meses sin electricidad y sin agua.
Estaba de nuevo en Beirut después de haber pasado seis meses
en París. Era 1977 y mi madre decidió regresar a El Líbano en
una de las treguas, pero la guerra no tardó en volver. Ahora
eran los sirios los que lo habían invadido. Es difícil explicar
lo que se siente cuando eres un niño y vives seis meses sin luz
ni agua y no puedes lavar los platos, no puedes lavarte el pelo
-yo lo tenía largo, me acuerdo- y tienes que ir a recoger agua
de una fuente o un pozo. Cada uno tenía su galón de agua, de 25
a cinco litros, y otra vez colas para comprar el pan, colas de
días durmiendo en el coche para conseguir cinco litros de
gasolina.
Había mucha milicia, mucho descontrol de armas: yo estaba
asomada al balcón y vi pasar un jeep que arrastraba una persona
viva.Creo que esa imagen es la que hará que siempre trabaje en
derechos humanos. Luego llegaron otras, como los cuerpos
quemados que permanecían durante días en el mismo sitio porque
nadie los retiraba.O los coches que se asomaban en un cruce para
comprobar si había francotiradores y al primer disparo
retrocedían un kilómetro por calles completamente vacías. Lo
había olvidado. Ya no pensaba en todo eso. Aunque muchas veces
me he preguntado ¿por qué he tenido que nacer en un país para
vivir esto y arrastrarlo toda la vida? Luego me daba cuenta de
que eso ya es el pasado: ahora El Líbano está bien, seguimos
adelante.
De repente ha vuelto y todo sube otra vez a la superficie.
Tengo un amigo que siempre me decía: «Es como una lata de
Coca-Cola, si la agitas, todo sube; si no la agitas, todo queda
durmiendo».Durmiendo. ¿Como la comunidad internacional? El
Líbano está siendo bombardeado y nadie reacciona.
Tenía amigos que acababan de instalarse este mes de abril en
Beirut después de años de exilio. Y ahora qué. Beirut volverá a
ser la ciudad fantasma y destrozada. Se perderá una generación
entera que tendrá que dedicarse a reconstruir de nuevo el
país.Mis dos sobrinos sólo habían oído hablar de la guerra, y ya
la están viviendo. No quiero pensar en ningún otro niño que
pueda ver un jeep militar arrastrando a un hombre vivo. Me
pregunto qué pensarán los niños que han cogido el barco huyendo
a Chipre y si habrá alguno al que se le habrá ocurrido grabar
-como hacía yo, no sé por qué- el sonido de las bombas cayendo.
DESCIFRANDO BOMBAS
Hoy es 18 de julio de 2006 y he podido hablar con mi
prima en Beirut; mientras lo hacía han caído tres bombas. Me ha
contado que su madre, ya muy mayor, le pide unas hojas de
mloukhieh -condimento típico- para hacer una comida libanesa muy
laboriosa. La guerra son muchos momentos de espera, momentos
largos en los que tienes que matar el tiempo. Sobre todo los
niños, jugar a las cartas, escuchar la radio, ver la tele o
grabar el sonido de las bombas desde la rampa de un balcón. Para
mí, de pequeña, era impresionante escuchar cómo salía la bomba,
el boom inicial, luego el silbido cuando pasa y el pishhhhh
cuando cae y destruye todo. Por el sonido sabíamos de dónde
salía la bomba y dónde caía. Decíamos, ah, ésta está saliendo de
tal sitio, pasa por encima de los edificios del barrio y está
cayendo por allí. Al día siguiente todo el mundo se levantaba e
íbamos a inspeccionar dónde habían caído.Era nuestra rutina.
La otra era salir del país cuando estallaba la guerra y
volver en los momentos de tregua. Durante muchos años ningún
avión dormía en el aeropuerto de Beirut por temor a las bombas.
Pero por entonces yo no sabía eso ni sabía qué era Israel ni qué
era Siria, sólo sabía que estaban matando y que de repente
teníamos que parar en un control militar para pasar al lado
musulmán porque estaba la línea de demarcación que dividía la
ciudad en dos: el barrio musulmán y el cristiano. Un día paramos
en el Stop de los musulmanes y mi hermana, que se llama María,
tenía una camiseta con su nombre escrito. El combatiente le dijo
a mi madre: «Vosotros sois cristianos».«¿Cómo lo sabe?». Y
señaló a mi hermana: esta niña se llama María.Entonces tuve
mucho miedo.
Lo peor de la guerra también era estar sentado toda la noche
con los vecinos en la primera planta, irnos a la cama a las seis
porque ya no hay bombardeos, dormir dos horas y luego que te
despierten: «¡Hay que ir al cole!».
-¿Pero qué cole? Si hemos estado toda la noche con los
bombardeos.
Yo iba al colegio Notre-Dame de Jamhour -en cuyo aeropuerto
aterrizó el otro día con su helicóptero Dominique de Villepin-,
a las afueras de Beirut. Durante la guerra siempre estuvo
abierto.A veces había sólo 12 niños pero era una manera de decir
«la vida sigue a pesar de todo», porque si pasamos los días en
los sótanos, nos hundiremos.
GUERRA Y COSTUMBRE
Ése es mi principal temor ahora, que la gente se
acostumbre de nuevo a las bombas y a vivir en guerra, a
refugiarse en los pasillos o en la primera planta cuando hay
bombardeos y a salir cuando cesan. Lo estoy viendo ya. Hablo con
mi madre y con mi hermana, que se han quedado allí, que viven
allí, y lo noto por sus comentarios.Lo veo por el messenger. La
gente se vuelve a acostumbrar a que esto forme parte de su vida.
Un día pueden salir para comprar y otro día no. Hacen lo que
pueden con lo que tienen. Un día pueden llamar y otro no. No
pasa nada. Se dejan. Es la impotencia ¿qué vamos a hacer? Son
los políticos los que deciden por nosotros.Pues si esos
políticos no convienen hay que quitarlos y traer gente que sea
capaz de sacar a El Líbano de esta mierda.
Como dijo Bush el otro día con la boca llena: «Si Siria deja
de apoyar a Hezbolá acabará esta mierda». ¿Significa que El
Líbano es una mierda, que los bombardeos sobre civiles son una
mierda, los 500.000 desplazados, los muertos, los heridos, la
destrucción..., son una mierda? Líbano es muy pequeño para él,
no le interesa, es sólo la fachada de un complot internacional y
no está en manos de los libaneses, ni del primer ministro, ni de
Nasrallah siquiera...Son marionetas en manos de muchos.
Pero siempre lo diré: Hezbolá no es el gobierno libanés ni
tampoco habla ni actúa en su nombre. Esta crisis puede hacer que
esta milicia extremista salga reforzada porque aparecerán como
si fueran la resistencia frente a Israel. Pero la verdadera
resistencia es la población, que resiste sin agua, sin
electricidad, sin comida. Y los únicos mártires son los civiles
que mueren. Lo que ha conseguido Hezbolá es generar el problema
y lo que está pasando hoy es una injerencia internacional ilegal
de Israel, que utiliza su fuerza desproporcionada por tierra,
mar y aire.No es una defensa. Es un ataque salvaje. No va a
durar sólo dos semanas. Si fuera así, ¿por qué todos los países
han sacado a su gente, para qué esos portaaviones, la marina,
los helicópteros si durará poco? No me lo creo.
Todos quieren El Líbano. ¿Es porque es cristiano y lo quieren
musulmán? ¿Es por el agua, por el río Litani? Veo constantemente
las imágenes de una ciudad hecha escombros y pienso: «Hasta
cuándo va a pagar el Líbano por lo que NO ha hecho? Es que ya ha
pagado, ha reconstruido, ha remontado, ha atraído los turistas
después de 20 años de guerra. Ver en Beirut grupos de turistas
japoneses, mexicanos, españoles, fue emocionante.
Hoy está todo por reconstruir de nuevo, puentes, edificios,
el aeropuerto, todo. Pero no podemos acostumbrarnos de nuevo a
la guerra. La costumbre será la muerte para mi país. Yo lo sé
porque ya lo he vivido, por eso ayer fui al concierto en Madrid
que tenía programado aunque no me salía la voz y estaba
hundida.Llevé la bandera de mi país con el dibujo del cedro en
medio, el cedro eterno del que habla el himno libanés. Y canté
llorando el Li Beirut (Para Beirut), el poema del libanés Joseph
Hareb con la música del concierto de Aranjuez. Tenía que hacerlo
porque «cuando Beirut apagó sus luces y cerró sus puertas, se
quedó sola, sola con la noche. Y solo queda el olor de las
flores».
Transcripción de Esther Valdecantos
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